Se supone que no debía volver a este vodevil. Esperaba que el progreso, el avance, el cambiar de las cosas, los avatares de la vida y si no, la revolución; fueran suficientes para mantener a este vodevil cogiendo polvo. Pero aquí estamos, entre la ineptitud y la apatía; loco por incordiar.
Nos han vendido que desde la comodidad del sillón a mediación de la pantalla, todo se consigue a golpe de click, todo está en internet (aunque nada generalmente es, y en su mayoría carece de sustancia y sustento), nos han engañado, nos engañan, nos dejamos engañar.
Estamos en la era de la etiqueta, el político de redes sociales y hashtag. El parcheo insoportable de todo lo parcheable sin llegar a soluciones concretas, viables, conscientes, duraderas ni validas. Todo es una aproximación insoportable, la cultura del mas o menos; hasta que cae y se rompe.
La propaganda que nos inunda hiede. Os han contado que votar cada cuatro años es democracia, ¡menuda falacia! Lo peor de todo, es mi darse cuenta. Pensarse que jugamos un papel en todo este engranaje, que importamos algo, que le importamos a alguien, es el éxito de este engranaje maquiavélico (sin hablar de fiarse de quien escribe los planes, otro colgado).
Las revoluciones no se hacen en papel electrónico, la presión no se ejerce desde los foros, ni en las redes sociales, se ejerce desde los medios, en la calle, en los organismos, la pantalla no escuece el papel de un diario, sí.
Hemos llegando a la supina indolencia, donde si nos plantasen un zapato sobre el plato no nos extrañaríamos, y alguno que otro se lo intentaria tragar.
Las redes sociales, no son mas que un mero escaparate para distraer al personal. Toda revolución todo conato de agitación de la masa ajena, no motivada, usuaria de la red social, termina en un inútil predicar en el desierto. Cada vez que leen a alguien enajenando a la masa por medios telemáticos, o impartir lecciones, es como si escuchasen lo mismo que un pato en un estanque: cua, cua, cua.