miércoles, 20 de abril de 2011

GRITAMOS NO A LAS NUEVAS "subespecializaciones" (casi 30 razones de un grito)

MÉDICOS DE FAMILIA, INTERNISTAS E INTENSIVISTAS
MANIFIESTAN SU MALESTAR ANTE LA DECISION DEL
MINISTERIO DE CREAR UNA NUEVA ESPECIALIDAD DE
URGENCIAS Y EMERGENCIAS


• Defienden la troncalidad y la creación de Áreas de Capacitación Específicas,
entre ellas las de Urgencias como disciplina de alta especialización desde la
formación en otras especialidades, tal y como se propone desde el Consejo
Nacional de Especialidades en Ciencias de la Salud
• Lo consideran un error ahora que se precisan especialistas polivalentes
capaces de dar respuestas integrales a los problemas de salud de los
ciudadanos desde diferentes ámbitos asistenciales
• Muestran su preocupación como sociedades científicas y especialidades
básicas que siempre han estado comprometidas y han trabajado en favor del
Sistema Nacional de Salud (SNS)

Madrid, 15 de abril de 2011.- Ante el anuncio ayer de la Ministra de Sanidad, Política
Social e Igualdad de crear cuatro nuevas especialidades (Enfermedades Infecciosas,
Genética, Psiquiatría Infanto-Juvenil y Urgencias y Emergencias), las sociedades de
Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), de Medicina Interna (SEMI) y de
Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC) desean expresar su
malestar ante la decisión del Ministerio de crear una especialidad de Urgencias y
Emergencias. Estos profesionales siempre han defendido la troncalidad, proceso que
se inició en el año 2003 y que ocho años después continúa sin desarrollarse, por el
que se reconoce Urgencias como una área de alta especialización dentro de estas tres
especialidades, tal y como prevé en la Ley de Ordenación de las Profesiones
Sanitarias (LOPS) y que lleva más de 10 años solicitando el Consejo Nacional de
Especialidades Médicas. En este contexto, denuncian que la decisión del Ministerio no
haya tenido en cuenta ni la opinión ni el consenso del Consejo Nacional de las
Especialidades Médicas.


Muestran su preocupación como sociedades científicas y especialidades básicas para
la sostenibilidad del sistema, y que siempre han apoyado y trabajado en favor del
Sistema Nacional de Salud (SNS), y recuerdan la escasa evolución que ha tenido en
todos estos años la LOPS, y el peligro que esto supone para el desarrollo del proceso
de troncalidad. También manifiestan la falta de participación y de implicación de las
CCAA a lo largo de todo este procedimiento.
Para estas organizaciones médicas, que representan a más de 26.000 profesionales,
el crear una nueva especialidad limita continuar la posible formación de alta
especialización en urgencias para especialistas ya formados o en formación. Se
traduciría, asimismo, en un incremento del gasto sanitario, lo que en el momento
actual supone una irresponsabilidad política. Asimismo, lamentan que el Ministerio
haya llevado a cabo este anuncio, demostrando falta de transparencia y sensibilidad,
al no haber contado con la opinión y consenso de los profesionales.
Especialistas polivalentes

Teniendo en cuenta las necesidades sanitarias actuales, lo consideran un error ahora
que se precisan especialistas polivalentes capaces de dar respuestas integrales a los
problemas de salud de los ciudadanos desde diferentes ámbitos asistenciales. Tal y
como se plasmó el pasado mes de enero en la “Declaración de Sevilla para la
Atención al Paciente con Enfermedades Crónicas”, firmada por las 17 CCAA, que
recogía la necesidad de reforzar el papel de profesionales con capacidad integradora
tanto en Atención Primaria como en el Hospital. Esta alianza entre profesionales se
plantea como una alternativa innovadora que potencie la continuidad asistencial y la
personalización de la asistencia sanitaria y facilite la creación de un marco de atención
compartida entre los diferentes ámbitos asistenciales.

Consideran que los profesionales que trabajan en Urgencias ya son especialistas y
que una nueva especialidad supondría la descoordinación entre niveles y la
fragmentación del sistema y de la atención asistencial. Lo que va en contra además de
las directrices que marca la Unión Europea, ya que son pocos los países europeos
que cuentan con un número tan elevado de especialidades como España.
Además es un error que no se tome en cuenta, el consenso de la comunidad científica,
y el informe elaborado por el Consejo Nacional de las Especialidades en Ciencias de
la Salud sobre el nuevo mapa de especialidades a partir de la troncalidad, que fue
promovido desde los Ministerios de Sanidad y de Educación y las 17 comunidades,
con el concurso de las Comisiones Nacionales de todas las Especialidades Médicas.
En los últimos diez años, el 100% de los profesionales que se han incorporado a los
servicios de urgencia tienen una especialidad (medicina de familia, medicina interna,
medicina intensiva…) y las Áreas de Capacitación (ACEs) permitirán profundizar la
competencia aún más de estos especialistas. La formación en ejercicio del ACE es
altamente eficiente y apuesta por la flexibilidad del sistema sanitario y la coordinación
entre servicios y niveles asistenciales.


Casi 30 razones para decir NO a la especialidad de urgencias
1. La urgencia es un área de capacitación propia del médico de familia,
planificada durante su formación durante el período MIR.

2. El desarrollo de la Troncalidad y la creación de un Área de
Capacitación Específica (ACE) de Urgencias como disciplina de alta
especialización desde la formación en otras especialidades, es la
propuesta por la que apostamos, tal y como se prevé en la Ley de
Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS) y que lleva más de
10 años solicitando el Consejo Nacional de Especialidades Médicas.

3. Los profesionales vía MIR han adquirido durante la realización de su
especialidad una formación en conocimientos y habilidades de
calidad, pertinente para resolver los problemas urgentes Esta
cualificación está planificada y contemplada en los programas
docentes de las especialidades.

4. Los mapas de competencias de urgencias definidos hasta ahora
poseen competencias que son comunes al mapa de competencias del
médico de familia. SemFYC dispone de un Documento que define y
desarrolla los principales contenidos formativos del Área de
Capacitación Específica de Urgencias y Emergencias (ACE).

5. Así pues, ya existen especialidades (medicina de familia, interna e
intensiva) para atender urgencias, por tanto no es necesario crear
una nueva especialidad.
6. En este momento, los médicos de familia son los especialistas MIR
más valorados por los gestores para la contratación en Servicios de
Urgencia intra y extrahospitalaria, por su formación de calidad e
integralidad de su abordaje.

7. La incorporación y contratación masiva de estos especialistas a los
diferentes dispositivos de urgencias durante los últimos 10 años ha
permitido mejorar la continuidad de cuidados a los ciudadanos y la
coordinación entre niveles asistenciales.

8. La inmensa mayoría de profesionales de urgencias son en la
actualidad Médicos de Familia (en ocasiones hasta el 80% de las
plantillas) y de otras especialidades (fundamentalmente Medicina
Interna y Medicina Intensiva).

9. Las situaciones urgentes y emergentes se presentan tanto en el
primer nivel asistencial (medio rural, consulta de Atención Primaria,
consultas de Atención continuada) como en el nivel hospitalario.

10.La mayoría de países, sean o no de nuestro entorno, no cuentan con
especialidad en urgencias, presentando a menudo adecuados niveles
de calidad (Francia, Alemania…). Nuestro modelo sanitario apuesta
por una única vía de entrada al sistema y por un abordaje integral de
la salud.


11.La atención primaria, como puerta de entrada del sistema sanitario,
debe ser el punto de inicio de la atención urgente. Los médicos
especialistas en medicina familiar y comunitaria deben estar en
disposición de realizar la primera valoración y atención de estos
pacientes, contando con los recursos humanos necesarios y la
remuneración pertinente para llevar a cabo dicha tarea.

12.Las reformas previstas en el espíritu de la LOPS van encaminadas a
integrar ámbitos de actuación, pues recuerda que nuestro país tiene
aprobadas 49 especialidades, mientras que la media de los países de
nuestro entorno (UE) es de 30 especialidades.

13.No existen datos que permitan afirmar que el incremento del gasto
económico que ocasionaría la creación de la especialidad se
correlacionaría con una mejora de la calidad a la atención a los
ciudadanos.

14.Crear una especialidad de urgencias generaría tres modalidades de
profesionales para un único ámbito de atención: especialistas en
urgencias, otros médicos especialistas y médicos sin especialidad.

15.La existencia de una nueva especialidad podría redundar en un
incremento en la descoordinación entre los niveles asistenciales,
problema esencial en nuestro país.

16.Los problemas de la urgencia (saturación, presión asistencial, burn
out…) son debidos a la mala gestión, deficiencias organizativas del
resto del sistema sanitario y/o falta de recursos y no a la capacitación
de los médicos que allí trabajan.

17.Crear esta especialidad respondería a la presión de un colectivo y no
a las necesidades reales de los ciudadanos y del sistema sanitario.

18.Asistimos a la progresiva creación en las Urgencias de unidades
especializadas (Unidades de Coronarias, Unidades de Ictus, Unidades
de Quemados…). Se hace necesario en urgencias un profesional con
un perfil más global.

19.Las tres Sociedades que más Socios tienen en las áreas de Urgencia
(SEMFYC, SEMI, SEMICYUC) y la Comisión Nacional de Especialidades
médicas, están de acuerdo en que NO es necesaria una nueva
especialidad.

20.Para que un área de la medicina se considere como una especialidad,
deben coincidir 4 conceptos: campo de actuación diferenciado, cuerpo
de conocimiento propio, paradigma de actuación y orientación
específica. La urgencia no tiene un cuerpo de conocimiento exclusivo,
sino transversal, y consta de un paradigma de actuación compartido
con otras especialidades.

21.La existencia de una especialidad con un ámbito tan concreto permite
poca movilidad y cambio del puesto de trabajo.

22.Probablemente, muchos profesionales que desean la especialidad no
la querrían si para ello tuvieran que renunciar a la que ya tienen (es
en realidad lo que les piden a los futuros especialistas).

23.Las encuestas indican que el ciudadano está satisfecho, en general,
con la calidad científica de la atención recibida en urgencias.

24.La percepción social está sesgada al pensar que las urgencias son
mayoritariamente emergencias vitales de aparente complejidad, lo
que podría justificar socialmente la hipotética especialidad de
urgencias.

25.La mayor parte de urgencias atendidas en un Hospital (hasta un
60%) corresponde a patologías que pueden resolverse en los centros
de Salud. Debe adquirir cada vez más relevancia la Atención
continuada en Centros de Salud y Unidades ambulatorias.

26.Actualmente existe un flujo desproporcionado e inadecuado de los
pacientes a los servicios de urgencia hospitalarios, por problemas
banales, de organización en otras áreas del sistema sanitario,
problemas sociales o porque se confía más en la efectividad de estos
servicios. La difusión de la idea de la existencia de un “especialista en
urgencias” incrementaría este flujo, lo que va en contra del uso
eficiente de los recursos.

27.Los pacientes vistos en el hospital son sometidos a mayor número de
pruebas (yatrogenia e incremento del gasto).

28.La sobrecarga de urgencias hospitalarias injustificadas incide en el
detrimento de la atención de los pacientes en situación de riesgo
vital.

Ya esta bien que gentes sin conocimiento ni formacion, microdosifiquen al paciente, y particionen la medicina, no se han enterado que el modelo mas valido es el sistemico/holistico/GLOBAL? No tapen con memeces de este calibre su falta de ideas y preparacion...

el pendiente de Shakespeare












Antes de que le cayera del cielo, en 1893, una plétora de dinero,
Richard Plantagenet Temple Nugent Brydges Chandos Grenville,
segundo duque de Buckingham y Chandos, vivía libre de
mayores sobresaltos.

Había tenido un hijo bastardo en Italia, intervenido ocasionalmente
en el Parlamento en contra de la revocación de las
Leyes de Granos y demostrado un visionario interés en la lampistería
(equipando su casa de Stowe, en Buckinghamshire, con
nueve de los primeros inodoros de cisterna de Inglaterra); por
lo demás, sólo se había distinguido por sus gloriosas perspectivas
y sus numerosos nombres. Sin embargo, tras heredar sus
títulos y una de las mayores fortunas inglesas, dejó atónitos a
sus socios y, sin duda, también a sí mismo con su talento para
perder hasta el último penique de esa herencia en escasos nueve
años de sonadas y calamitosas inversiones.

En el verano de 1848, arruinado y humillado, Richard dejó
Stowe y todo cuanto contenía en manos de sus acreedores y se
marchó a Francia. La subasta posterior fue uno de los acontecimientos
sociales de la época. Era tal la riqueza que encerraba
Stowe que un equipo entero de peritos de la firma londinense
Christie and Mason tardó cuarenta días en completar el inventario.
Entre los objetos menos destacados había un oscuro retrato
ovalado de 55 × 45 cm que el conde de Ellesmere había adquirido
por 355 guineas y que desde entonces se conoce como el
etrato Chandos.

El cuadro estaba muy retocado y la pátina del
tiempo lo había ennegrecido tanto que se perdían (y aún se
pierden) muchos detalles. En él se ve a un hombre de unos cuarenta
años con la barba recortada y cierto atractivo a pesar de
su calvicie incipiente. Lleva un pendiente de oro en la oreja izquierda.
Su expresión es confiada, de una serena desfachatez.
No es exactamente el tipo de individuo a quien uno le confiaría
la mujer o una hija en edad de merecer.
Si bien nada se sabe acerca del origen del cuadro ni de cuál
fue su suerte antes de 1747, cuando se incorporó al patrimonio
de la familia Chandos, durante mucho tiempo pasó por ser un
retrato de William Shakespeare. No hay duda de que se parece
mucho a Shakespeare... aunque no podría ser de otro modo,
puesto que se trata de una de las tres imágenes de Shakespeare
en las que se basa toda la imaginería posterior.
En 1856, poco antes de morir, lord Ellesmere donó la pintura
a la nueva National Portrait Gallery de Londres en calidad
de obra fundacional. Ser la primera adquisición de la galería le
ha proporcionado un cierto prestigio sentimental pero no la libró
de las sospechas, casi inmediatas, sobre su autenticidad.

Los más reticentes de la época alegaban que el retratado tenía
la tez demasiado oscura y un aspecto demasiado extranjero
—demasiado judío o italiano— como para ser un poeta inglés,
y no digamos ya uno de ese calibre. A algunos, para citar al ya
fallecido Samuel Schoenbaum, les inquietaba el aire «libertino
» y los labios «lúbricos» del personaje (hubo hasta quien
sugirió, quizás un tanto ingenuamente, que el dramaturgo había
posado caracterizado de uno de sus personajes; de Shylock,
por ejemplo).

—Bueno, la pintura corresponde al período correcto, de eso
al menos podemos dar fe —segun la doctora Tanya Cooper,
curadora de la sección de retratos del siglo xvi de la galería, el
día en que me propuse averiguar cuánto podía saberse y con
qué grado de certeza acerca de la figura más venerada de la len-
gua inglesa—. El cuello es de los que se usaban entre 1590 y
1610, que es cuando Shakespeare gozó de mayor popularidad
y por consiguiente bien pudo posar para un retrato. También
podemos decir que se trata de un sujeto algo bohemio, lo cual
es perfectamente acorde con su dedicación al teatro, y que su
situación es desahogada, tal como debió de ser la de Shakespeare
durante aquellos años.

El pendiente es un signo de su bohemia.
Un hombre con pendiente significaba lo mismo entonces que
ahora, es decir, que su portador era una persona más atenta a
la moda que el común de los mortales. Tanto Drake como Raleigh
fueron retratados llevando pendientes. Era un modo de
anunciar su talante aventurero. Era habitual que, si el hombre
podía permitírselo, usase bastantes joyas, casi siempre bordadas
a la ropa. Así que nuestro sujeto es, o bien discreto, o bien
no enormemente rico.

Hace falta mucho tinte para lograr un negro perfecto. Resultaba
mucho más barato confeccionar ropa de color crudo,
beis o cualquier otro tono claro. De modo que en el siglo xvi la
ropa negra era casi siempre un signo de distinción.

El artista sabía imprimar un lienzo, lo cual
implica cierto oficio; sin embargo, el resultado es bastante corriente
y tiene problemas de luminosidad. Ahora bien, si el retratado
fuera Shakespeare, se trataría del único retrato conocido
que se hizo en vida, es decir, que es así como era... suponiendo
que fuera William Shakespeare.
¿Y qué probabilidades hay de que lo sea?

Si el retrato Chandos no fuera genuino, aún nos quedarían
otras dos imágenes en las que basarnos para dilucidar qué aspecto
tenía William Shakespeare. La primera de ellas es el grabado
en plancha de cobre o calcografía que hacía las veces de
frontispicio en la edición de 1623 de las obras de Shakespeare,
el famoso Primer Folio.
El grabado Droeshout (que debe su nombre a su autor, Martin
Droeshout) es una obra de arte de una notable —e incluso
magnífica— mediocridad. Casi todo en él es un error. Un ojo es
más grande que el otro. La boca aparece extrañamente desplazada.
El cabello se ve más largo a un lado de la cabeza que al
otro y la propia cabeza, desproporcionada con respecto al cuerpo,
parece flotar sobre los hombros como un globo. Y lo que es
peor, el sujeto se muestra inseguro, culposo, casi con miedo;
nada que ver con la figura galante y confiada que nos habla
desde las obras.

De Droeshout (o Drossaert, o Drussoit, como también se le
conocía) se suele decir que pertenecía a una familia de artistas
flamencos, si bien es cierto que los Droeshouts llevaban ya sesenta
años y tres generaciones en Inglaterra cuando Martin nació.
Peter W. M. Blayney, la máxima autoridad en lo relativo al
Primer Folio, ha señalado que Droeshout, quien rondaría los
veinte años y no contaba con una gran experiencia cuando realizó
el grabado, pudo haberse hecho con el encargo por poseer
no tanto un gran talento como los materiales adecuados para
llevarlo a cabo: una prensa giratoria para hacer calcografías.
En 1620 no abundaban los artistas con tales utensilios.

A pesar de sus múltiples flaquezas, el grabado se acompañaba
de un comentario de Ben Jonson, que en su homenaje a
Shakespeare en el Primer Folio dice de él:
De haber plasmado su talento
tan bien en bronce como el gesto,
sería esta efigie más enorme
de cuanto se hubo escrito en bronce.
Se ha conjeturado, no del todo gratuitamente, que Jonson pudo
no haber visto el grabado de Droeshout antes de esbozar sus
generosos versos. Lo que es indudable es que Droeshout no
contó con un modelo vivo, pues Shakespeare llevaba muerto
siete años cuando se publicó el Primer Folio.

Lo cual nos deja con una última imagen fiable: la estatua
pintada y de tamaño natural que ocupa el centro del monumento
mural a Shakespeare en la iglesia de la Santísima Trinidad de
Stratford-upon-Avon, donde está enterrado. Tal como el Droeshout,
tampoco esta obra posee un gran valor artístico, aunque
cuenta con el mérito de haber sido visitada y probablemente
aprobada por gente que conocía a Shakespeare en persona. Su
autor fue un cantero llamado Gheerart Janssen, y la instalaron
en el coro hacia 1623, el mismo año en que Droeshout hizo su
grabado. Janssen vivía y trabajaba cerca del Globe, en el
Southwark londinense, y es bastante probable que hubiera visto
a Shakespeare más de una vez, aunque uno desearía que no
fuera así, puesto que el Shakespeare que retrata Janssen es un
individuo de rostro rechoncho y pagado de sí mismo, con (como
dijera Mark Twain con acerado ingenio) la «profundísima, sutilísima
expresividad de una vejiga».

En cualquier caso, no podemos saber cómo era exactamente
la efigie porque en 1749 un alma anónima pero cargada de
buenas intenciones «remozó» la pintura que la cubría. Veinticuatro
años más tarde, el erudito shakesperiano Edmond Malone
visitó la iglesia y, horrorizado al ver que alguien había
pintado el busto, ordenó a los capellanes que lo blanquearan,
devolviéndolo a su supuesto, y erróneo, estado original. Cuando,
años después, volvieron a pintarlo, ya nadie sabía qué colores
emplear. El asunto no es trivial porque gran parte del detalle
de la efigie no estaba esculpido sino pintado, de modo que el
color le proporcionaba mayor definición. Blanqueada, debió de
parecerse a uno de aquellos maniquíes sin apenas rasgos que
solía haber en el escaparate de las sombrererías.
Todo ello nos pone en la curiosa situación de contar con tres
posibles imágenes de William Shakespeare en las cuales se inspiran
todas las demás. Dos de ellas de escasa calidad y llevadas
a cabo años después de su muerte y una tercera algo más meritoria
en cuanto a factura pero nada clara en lo que respecta a la
identidad de retratado. Se da, por tanto, la paradoja de que todos
reconocemos de inmediato cualquier imagen de Shakespeare
sin que sepamos, a ciencia cierta, cómo era. Y algo similar
ocurre con casi todos los aspectos de su vida y milagros: de nadie
se sabe tanto y tan poco a la vez.
Hace ya más de dos siglos, e imbuido de una sensación que se
repetiría a menudo desde entonces, el historiador George Steevens
observó que todo cuanto sabemos de William Shakespeare
se reduce a un exiguo puñado de datos: nació en Stratfordupon-
Avon, tuvo una familia allí, viajó a Londres, se convirtió
en actor y autor, regresó a Stratford, hizo un testamento y murió.
Una aseveración no del todo cierta entonces, y menos aún
ahora, que sin embargo no dista mucho de la verdad.
Tras cuatrocientos años de intensa cacería, los investigadores
han ido encontrando un centenar de documentos relacionados
con William Shakespeare y su familia más cercana. Actas
baptismales, escrituras de propiedad, certificados de impuestos,
compromisos conyugales, avisos de embargo, registros legales
(numerosos registros legales: en aquel entonces adoraban
los litigios), etc. Una cifra nada desdeñable, aunque a las escrituras,
los certificados y demás papeleo les falta vitalidad. Nos
proporcionan información cumplida sobre los aspectos más
formales de la vida de una persona pero apenas nos dicen algo
de sus emociones.

En consecuencia, de lo mucho que desconocemos acerca de
William Shakespeare, una gran parte es información esencial.
No sabemos, por ejemplo, cuántas obras teatrales escribió
exactamente ni en qué orden lo hizo. Podemos deducir cuáles
eran algunas de sus lecturas pero no sabemos de dónde sacaba
los libros ni qué hacía con ellos una vez leídos.
A pesar de que dejó casi un millón de palabras de texto, sólo
se conservan catorce de ellas de su puño y letra: seis firmas con
su nombre completo y las palabras «por mí» rubricadas en su
testamento; ni una sola nota, carta o página de manuscrito (algunos
estudiosos afirman que una parte de la obra Sir Thomas
More, que nunca llegó a ponerse en escena, fue manuscrita por
Shakespeare, pero no hay certeza fehaciente de que así sea).
Tampoco contamos con escrito alguno que lo describa estando
él en vida. El primer retrato verbal de Shakespeare —«era un
hombre apuesto y de buena constitución; agradable como compañía
y de un ágil ingenio dispuesto y cordial»— fue escrito
sesenta y cuatro años después de su muerte por John Aubrey,
que nació cuando el dramaturgo llevaba muerto diez años.
Si bien Shakespeare habría sido un sujeto de lo más afable,
el primer registro escrito referido a él es una crítica a su carácter
por parte de un colega. Muchos de sus biógrafos consideran
que desdeñó a su mujer (a quien le dejó en herencia, como es
sabido, su segunda mejor cama tras, según parece, pensárselo
dos veces) y sin embargo no hay nadie que haya escrito de un
modo tan elevado, apasionado y deslumbrante acerca del amor
y la compenetración entre dos almas gemelas.

No sabemos con certeza cuál es la grafía correcta de su apellido.
Como si en ningún caso se tratase de él, de las seis firmas
que dejó y se conservan no hay dos que coincidan (y así tenemos
«Will Shaksp», «William Shakespe», «Wm Shakspe»,
«William Shakspere», «Willm Shakspere» y «William Shakspeare
»; resulta curioso que no haya utilizado la única forma
con la que su nombre ha pasado a la historia). Tampoco podemos
aventurar cómo lo pronunciaba él mismo. Helge Kökeritz,
autora del esencial Shakespeare’s Pronounciation, sugirió que
tal vez Shakespeare lo pronunciaba con una a corta, como en la
palabra inglesa shack. Quizá se decía de una manera en Stratford
y de otra en Londres, o la pronunciación del propio
Shakespeare variaba tanto como su ortografía.
No sabemos si se marchó de Inglaterra en alguna ocasión.
No sabemos a quiénes frecuentaba ni cómo se divertía. Su
sexualidad es un misterio inescrutable. Hay sólo un puñado de
días de los que se sabe con absoluta certeza dónde estaba. No
hay nada que certifique su paradero durante los ocho años críticos
de su vida en los que dejó a su mujer y a sus tres hijos
pequeños en Stratford y se convirtió, con una facilidad casi inverosímil,
en un dramaturgo de éxito en Londres. La primera
mención impresa de Shakespeare como dramaturgo aparece en
1592, cuando ya ha atravesado el ecuador de su vida.
En cuanto al resto, Shakespeare sería algo así como el equivalente
literario de un electrón: siempre presente y ausente a la
vez.

Hasta los biógrafos más cuidadosos incurren a veces en
supuestos —como, por ejemplo, que Shakespeare era católico,
que estaba felizmente casado, que le gustaba el campo o era
amante de los animales— que se convierten, un par de páginas
más adelante, en algo muy parecido a una certeza. El impulso
de pasar del subjuntivo al indicativo siempre ha sido, parafraseando
a Alastair Fowler, muy poderoso.

Otros han preferido rendirse a sus fantasías. Una respetable
y reputada académica de la década de 1930, Caroline F. E.
Spurgeon, de la Universidad de Londres, llegó a la conclusión
de que era posible determinar el aspecto de Shakespeare mediante
la atenta lectura de sus textos y anunció (en Shakespeare’s
Imagery and Whay It Tells Us) con toda seguridad que el dramaturgo
era «un hombre robusto y bien constituido, más bien
delgado tal vez, con una extraordinaria coordinación, físicamente
ágil y flexible, de vista rápida y precisa y muy dado a
usar su veloz musculatura. Deduzco que su piel era probablemente
clara y lozana, y que en su juventud variaba de tonalidad
con facilidad en función de sus sentimientos y emociones».
Por su parte, el popular historiador Ivor Brown infirió de las
menciones de abscesos y otras enfermedades eruptivas en las
obras de Shakespeare que, en algún momento a partir de 1600,
éste había sufrido «una grave infección estafilocóccica» y que
desde entonces vivió «azotado por los forúnculos».


La incertidumbre rodea a casi todas las grandes figuras de
ese período. Thomas Dekker fue uno de los dramaturgos más
célebres de aquel entonces, pero apenas sabemos de él que nació
en Londres, que era un autor prolífico y que solía endeudarse
con frecuencia. Más famoso aún era Ben Jonson y sin embargo
muchos de los principales detalles de su vida —el año y
lugar de su nacimiento, la identidad de sus padres, el número
de hijos que tuvo— permanecen ocultos o pendientes de confirmación.
Y nada se sabe con certeza de los primeros treinta años
de vida del gran arquitecto y escenógrafo Íñigo Jones salvo que,
sin duda, en alguna parte estaba.


Apenas existen manuscritos de algún dramaturgo e incluso
las obras impresas suelen brillar por su ausencia. De las
aproximadamente tres mil obras de teatro que, según se cree,
fueron puestas en escena en Londres desde que Shakespeare naciera
hasta que, en una muestra de lobreguez, los puritanos decretasen
el cierre de los teatros en 1642, hay un ochenta por
ciento del que sólo se conoce el título. No han sobrevivido más
de unas 230 piezas de la época, incluidas las 38 del propio
Shakespeare, que por sí solas constituyen un glorioso y apabullante
quince por ciento.

Es precisamente el enorme volumen de la obra shakesperiana
con que contamos lo que nos da la pauta de lo poco que
sabemos de su vida. Si sólo nos hubiesen llegado sus comedias,
pensaríamos que se trataba de un individuo frívolo. Si no conociéramos
más que los Sonetos, lo tendríamos por alguien entregado
a las más oscuras pasiones. Según seleccionemos su obra
de una manera u otra, podremos deducir que era de talante cor-
esano, cerebral, metafísico, melancólico, maquiavélico, neurótico,
banal, amable... Shakespeare era, desde luego, todas estas
cosas —como autor—, lo que no sabemos es qué clase de persona
era.

Ante tal riqueza textual y semejante pobreza contextual, los
eruditos se han ocupado obsesivamente de lo que Shakespeare
les permite saber. Han contado cada una de las palabras que
escribió, registrado cada punto y cada coma. Pueden decirnos
(y así lo han hecho) que en la obra de Shakespeare hay 139.138
comas, 26.794 puntos y 15.785 signos de interrogación. Que
hay 401 referencias a las orejas. Que la palabra estercolero
(dunghill) aparece 10 veces y zopenco (dullard), dos. Que sus
personajes mentan el amor en 2.259 ocasiones pero el odio en
sólo 183. Que usó condenado (damned) 105 veces y maldito
(bloody) 226 veces, pero empecinado o pendenciero (bloodyminded),
apenas dos. Que empleó la forma arcaica de la tercera
persona singular del presente del verbo tener (hath) 2.069 veces
y sólo 409 la forma moderna (has). Que el total de palabras
que nos dejó asciende a 884.647, organizadas y distribuidas en
31.959 parlamentos y 118.406 líneas.

Pueden decirnos, además, no sólo lo que escribió sino lo que
leyó. Geoffrey Bullough dedicó prácticamente toda su vida a
rastrear las fuentes de casi todo lo que se menciona en la obra
shakesperiana, labor que dio como fruto ocho devotos volúmenes
en los que se nos revela lo que sabía Shakespeare y, también,
cómo había llegado a saberlo. Otro erudito, Charlton Hinman,
logró identificar a cada uno de los cajistas que trabajaron en la
composición de los textos de Shakespeare. Mediante la comparación
de preferencias ortográficas —la tendencia de un determinado
cajista a preferir, por ejemplo, la grafía de go a goe,
chok’d a choakte, lantern a lanthorn, set a sett o sette, etc.—, y
la de éstas y las distintas rutinas de puntuación, uso de mayúsculas,
justificación de líneas y demás aspectos ortotipográficos,

inman y otros han llegado a la conclusión de que en el Primer
Folio han intervenido nueve manos diferentes. Se ha dicho, y no
del todo en broma, que gracias a la labor detectivesca de Hinman
sabemos más acerca de quién hizo qué en el taller londinense
de Isaac Jaggard que el propio Jaggard en persona.
De todo lo cual se deduce que Shakespeare es menos una figura
histórica que una obsesión académica. Una mirada a los
índices de muchas de las publicaciones shakesperianas de corte
erudito arroja títulos tan emperrados como «Entropía lingüística
y de la información en Otelo», «Enfermedades auditivas y
homicidio en Hamlet», «Farmacopea tóxica en los Sonetos de
Shakespeare», «Shakespeare y la nación quebequesa», «Hamlet:
¿hombre o mujer?», y otros muchos no menos imaginativos.
La cantidad de tinta que se ha gastado en Shakespeare alcanza
extremos absurdos. Si uno escribe «Shakespeare» en la
casilla de autor de la Biblioteca Británica se encuentra con
13.858 entradas (frente a las 455 de «Marlowe», por ejemplo),
y en la casilla de tema surgen otras 16.092. La Biblioteca
del Congreso de Washington D.C. contiene unas 7.000 obras
sobre Shakespeare —lo que equivaldría a veinte años de lectura
a un ritmo de una al día—, cifra que, y este libro es una esmirriada
muestra de ello, no deja de crecer. El Shakespeare
Quarterly, el más exhaustivo de los periódicos bibliográficos,
registra al año cerca de cuatro mil nuevas obras —libros, monografías
y otros estudios— consideradas serias.
En respuesta a la pregunta obvia, este libro no se escribió
tanto porque el mundo necesitara otra obra más sobre Shakespeare
como porque lo requería la serie. La idea que lo sustenta
es sencilla: se trata de determinar qué puede saberse de Shakespeare
sin recurrir a la especulación.
De ahí que sea tan delgado.

martes, 12 de abril de 2011

radiacion II

Todos estamos entrando en contacto con la radiactividad cada día. Simplemente, no somos conscientes y nos consideramos a salvo porque pensamos que nuestra exposición es pequeña. El debate sobre la energía nuclear y sus riesgos es una pequeña parte de lo que se debería conocer sobre la exposición a la radiactividad. Por mucho que se cerraran las centrales nucleares españolas, si ocurriera un accidente nuclear en Francia con sus 58 centrales nucleares, no nos libraríamos de la exposición. Desde que la nube radiactiva de Chernobil barrió Europa, las seguridades "locales" tienen poco sentido. 
Convivimos con una radiactividad natural inadvertida y con exposiciones provocadas, fundamentalmente por la actividad médica radiológica. Un innegable avance de la humanidad fue la posibilidad de utilización de las fuentes radiactivas para el mejor diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Nadie puede negar, la gran utilidad que ha tenido la radiología simple y la tomografía axial computerizada (TAC) para diagnosticar enfermedades. Asimismo, la oncología radioterapéutica es una necesaria aliada de la terapéutica oncológica. Todo esto no obvia, para que la población y los profesionales sanitarios que indicamos este tipo de pruebas, conozcamos la exposición radiactiva que provoca y la usemos con sentido clínico de eficacia y seguridad.

































Como vemos en el gráfico, un TAC de abdomen es casi 8 veces más que la dosis natural recibida a lo largo de un año y 150 veces más que una radiografía de tórax. Parece claro que debe ser una prueba que exige el cumplimiento de unos criterios claros para su realización. Asimismo, cuando se plantean actividades de despistaje mediante TAC, puede que no se estén teniendo en cuenta los criterios de seguridad radiológica. 
Una de las fuentes naturales de exposición radiactiva a la que no se le presta la atención debida es al gas Radón. 
El radón es un gas noble, radiactivo, que procede del radio. Existen tres isótopos originados en otras tantas cadenas de desintegración radiactiva: la del uranio 238 (U238) en la que se forma radio (Ra226) que se transforma en radón 222 (Rn222); la del uranio 235 (U235) que da origen al radio 223 (Ra223) que a su vez se desintegra en radón 219 (Rn219); y la del torio (Th232) que produce radio 224 que pasa a radón 220 (Rn220). De estas tres formas químicas, las dos primeras son las de mayor extensión en la naturaleza y la primera de ellas, el Rn222, es la de verdadera trascendencia para la salud de las personas ya que se ha revelado como un factor de riesgo del cáncer broncopulmonar, suponiendo más el 80% de todo el radón ambiental y alrededor del 50% de toda la radiación que recibe el ser humano durante su vida. Leer todo el artículo aquí. 
El radón se acumula en las viviendas a partir del subsuelo sobre el que se ha construido la casa, en mayor proporción si las rocas del mismo son ricas en uranio, elemento origen del radón. El granito contiene unas 5 ppm de uranio, y si el mineral está muy envejecido, agrietado y deshecho, la probabilidad de que emita radón aumenta. La concentración medida en un domicilio tiene leves altibajos, incluso estacionales (más en invierno que en verano). La ventilación de la casa, es la medida más sencilla, aunque sólo reduce un porcentaje limitado, menor del 20%. Serían necesarias medidas como el cierre de fisuras y grietas, aberturas de aireación en sótanos o entresuelos en los que se acumula mayor cantidad de radón que difunde luego hacia los pisos superiores, para resolver el problema. En España, las zonas de exposición son muy amplias, incluida donde yo vivo: La Sierra de Guadarrama.
No se han realizado ningún tipo de campaña informativa o de legislación. No he encontrado ninguna referencia a las medidas de construcción preventivas para reducir la exposición al radón en el nuevo Código Técnico de la Edificación
Las medidas necesarias para reducir la exposición domiciliaria no son tan costosas y ayudarían a reducir el riesgo de exposición natural a un gas radiactivo.



Estaría bien empezar a hablar de estos temas aprovechando la actualidad japonesa.